Nada más y nada menos que veintiuna canciones nos ofrecieron ayer Depeche Mode en un Palau Sant Jordi lleno hasta la bandera. Un escenario lleno de luz y rematado con una gigantesca pantalla de vídeo fueron todo lo que cedieron al factor espectáculo, el resto fue entrega y sentimiento a uno y otro lado del escenario. Fue uno de aquellos conciertos en los que nadie quiere defraudar, ni el intérprete ni el espectador.
La mayoría de canciones de su último disco las interpretaron como inicio y calentamiento de la noche. "In Chains", "Wrong" y "Hole To Feed" ya nos dejaron ver que la cosa prometía y la entrega iba a ser total. Poco más hicieron esperar al primer clásico tocando "Walking In My Shoes", seguida de una renovadísima "A Question Of Time". Acto seguido, y como única concesión a su anterior disco, la elegida fue "Precious". A partir de aquí, y con las excepciones de "Jezebel" y "Miles Away", los grandes éxitos fueron haciendo su aparición.
Totalmente remarcable el poker que nos regalaron con "It's No Good", "In Your Room", "I Feel You" y "Enjoy The Silence", tras las cuales hicieron un impresionante final de concierto con "Never Let Me Down Again". Tras una hora y media de actuación y una nutrida representación de sus álbumes más importantes, Dave Gahan, Martin Gore y Andrew Fletcher se retiraron al camerino.
Pocos minutos después, el guitarrista volvió a escena acompañado del teclista para interpretar "One Caress" y completar así su segundo momento emotivo de la noche, el cual dio inicio a un apoteósico bis redondeando la noche con "Stripped", "Behind The Wheel" y "Personal Jesus". Después todo parecía indicar que habría otro bis, pero ahí quedó todo, que no fue poco.
Muchísima intensidad incluso en los momentos más pausados, los británicos lo dieron todo sobre el escenario, dejando claro que nada los podrá detener más que ellos mismos. Su actuación es seria, la interacción con el público se reduce a una serie de gestos y provocaciones, el escenario es sobrio, y su estética y su sonido siguen siendo oscuros y románticos. Y a nadie le parece mal.
Dos horas de concierto con casi todos sus grandes temas, nada que reprochar a uno de los grupos más influyentes los años noventa. El público, salvo contadas excepciones, también estuvo a la altura de la actuación, coreando, aplaudiendo y viviendo el momento con la misma intensidad que la música pedía.
Dos horas de concierto con casi todos sus grandes temas, nada que reprochar a uno de los grupos más influyentes los años noventa. El público, salvo contadas excepciones, también estuvo a la altura de la actuación, coreando, aplaudiendo y viviendo el momento con la misma intensidad que la música pedía.
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